Fundación Instituto David Hume

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jueves, 17 de abril de 2014

El medio ambiente de las ideas

Una breve e inspiradora nota para pensar cuestiones al evolucionismo cultural y normativo puede encontrarse en Medium, escrita por Ian Leslie y titulada The Picasso Effect. En el mencionado artículo, el autor resume las circunstancias en virtud de las cuales el cubismo de Pablo Picasso fue un éxito comercial, en contraste con la trágica carrera de Vincent van Gogh. Picasso habría encontrado un nuevo tipo de consumidores de obras de arte en jóvenes ricos, bien educados y dispuestos a desafiar las convenciones sociales, en fuerte contraste con sus padres, contemporáneos de Van Gogh. A su vez, las muestras oficiales en la época de Picasso estaban cediendo terreno a las privadas, menos apegada a los cánones de estética. Finalmente, el ingreso en el mercado parisino de comerciantes de arte extranjeros y jóvenes, interesados en adquirir lo nuevo y en venderlo al más alto precio posible.

El autor llega a la conclusión de el éxito de una idea innovadora depende en buena medida del momento propicio para ella. Tanto Van Gogh como Picasso fueron innovadores en su arte y fueron al encuentro de la oportunidad, pero ésta sólo se le presentó al segundo. El mismo concepto podría ser aplicado para empresarios o para políticos. Existe un margen de condiciones incontrolables por el agente de decisión y lo que le resta hacer en tal contexto es tomar decisiones a la luz de tales condicionamientos.

En lo que respecta a la evolución cultural e institucional el caso ejemplifica la distinción entre una idea y la estructura de relaciones en la que dicha idea se desarrolla. El evolucionismo, en líneas generales, podría conceptualizarse como el estudio de los mecanismos en virtud de los cuales una determinada característica –biológica o cultural- interacciona con el medio ambiente, permitiendo la supervivencia y reproducción de los vehículos portadores de dicha característica. En lo que a evolucionismo cultural respecta, una idea, una norma, o un hábito pasan a ser incorporados por los individuos actuantes en un medio social dado, consistente en un entramado de elementos heterogéneos, como ser otras ideas, dispositivos institucionales, recursos económicos o fenómenos naturales, ajenos todos ellos al control de agente de decisión o al creador de la idea innovadora.

En el caso del artículo bajo comentario, su autor, Ian Leslie, propone que el agente de la innovación fuera al encuentro de la oportunidad. Algo similar aconsejaba Nicoló Macchiavelli cuando concluía que, dependiendo la suerte del príncipe mayormente de la fortuna, la virtud más importante de aquél era la iniciativa, ya que, siendo aquélla  imprevisible e incontrolable, de poco valía esperar la oportunidad adecuada.

En resumidas cuentas, trasladar el concepto de “deriva evolutiva” de las ciencias biológicas a las sociales exige poner en valor teorías que incorporan como elementos a la incertidumbre, la complejidad y la probabilidad, las que pueden encontrarse tanto en formulaciones contemporáneas como clásicas.

martes, 15 de abril de 2014

Los usos de la escuela de Behavioural Economics

En las últimas semanas, desde nuestra página en Facebook y nuestra cuenta de Twitter, propusimos, sucesivamente, la lectura de tres publicaciones aparecidas en la web en torno a la disputa entre los postulados de la escuela que se conoce como “Behavioural Economics” y la noción de racionalidad corriente en las ciencias sociales.

En la primera de ellas, publicada por el destacado sitio Project Syndicate, Keith E. Stanovich distingue entre las nociones de inteligencia y racionalidad, comúnmente confundidas. El mencionado autor, en pocas palabras, busca explicar cómo muchas veces gente inteligente comete groseros desaciertos, considerados como “irracionales” por la referida escuela de Behavioural Economics: tomar decisiones que suponen una expectativa de vida superior a la media, considerar toda evidencia como una confirmación de las propias suposiciones, o tomar decisiones incoherentes en función del efecto de distintos marcos de referencia, por citar algunos ejemplos. Stanovich propone enfocar los esfuerzos en materia educativa en entrenar en el desarrollo de estrategias del razonamiento, en lugar concentrarse exclusivamente en aspectos propios de la inteligencia.

En el otro arco del espectro de opiniones sobre la materia, tenemos al economista Peter Leeson, quien, en una entrevista realizada por Ben Richmond para la publicación Motherboard, afirma que conductas que aparentemente no tendrían explicación racional alguna, o serían clasificadas dentro del pensamiento mágico, como ser los sacrificios humanos celebrados por las comunidades primitivas, contarían con su propia explicación racional. Para Leeson, partir de la caracterización de tales rituales como irracionales implicaría clausurar toda investigación ulterior. Lo interesante, para el referido autor, pasa por asumir que tales decisiones son racionales e inferir a partir de allí qué elemento faltante para nuestra cosmovisión le otorgaría racionalidad. El supuesto de que toda acción es racional -y su subsecuente explicación- permitirían formular hipótesis ad hoc que harían extender nuestro rango de conocimiento sobre la significación de tales prácticas sociales.


Finalmente, Tim Harford, para el Financial Times, hace un balance de la incidencia de la Behavioural Economics en las políticas públicas. En su lúcido artículo, Harford reconoce que dicha escuela ha sido la estrella en materia de políticas públicas de la última década, pero al mismo tiempo llama la atención sobre el actual repliegue de la misma. Su crítica estriba fundamentalmente en que el referido auge de tal visión en materia de políticas públicas no provino tanto de su capacidad para formular propuestas más racionales, o más eficientes, si no las menos impopulares. En resumidas cuentas, los aportes de la mencionada corriente no han influido tanto en la toma de decisiones más racionales por parte de los ciudadanos, si no en la elaboración de marcos de referencia que hagan más digeribles para el público determinadas decisiones políticas poco populares –es decir, generar, paradójicamente, una decisión irracional por parte del mismo a la hora de juzgar tales políticas.